Pese a la Récord Cosecha Fina que Aportará U$S 4225 Millones, el Campo Alerta que la Presión Impositiva Frena la Inversión y Ahoga el Salto Productivo.
La campaña fina 2025/2026 se consolida como un salvavidas de divisas para el Gobierno, con proyecciones de exportaciones de trigo y cebada que superarán los u$s 4225 millones, un crecimiento interanual del 15%. La recaudación fiscal derivada solo del trigo superaría los u$s 1130 millones, un oxígeno vital para las arcas de Javier Milei. Sin embargo, más allá de los números auspiciosos impulsados por un clima favorable, las principales entidades del agro advierten que la productividad argentina está en un peligroso impasse.
La Bolsa de Cereales estima una producción conjunta de 25,6 millones de toneladas de trigo y cebada, un 8% más que el ciclo anterior. Este aumento, sin embargo, se atribuye directamente a las inmejorables condiciones climáticas y no a una mayor inversión tecnológica del productor, lo que marca el principal punto de fricción: el sector está cosechando gracias al clima, pero no está creciendo por mérito propio ni por incentivos estatales.

Ramiro Costa, economista jefe de la Bolsa, fue categórico al señalar que “no hay incentivos económicos para aplicar energía y tecnología”, a pesar de que el agro invierte cerca de u$s 15.000 millones anuales. Este esfuerzo no se traduce en un salto sostenido de productividad debido a un cóctel explosivo de inestabilidad macroeconómica, presión impositiva asfixiante, altos costos financieros e incertidumbre regulatoria. El potencial productivo, que podría alcanzar las 155 millones de toneladas, se mantiene estancado.
El diagnóstico no es exclusivo de los actores locales. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sumó una voz de alarma, indicando que la productividad agrícola argentina se desaceleró drásticamente en la última década, pasando de crecer un 3,29% anual en los ’90 a solo un 1% en los últimos diez años. El organismo multilateral fue lapidario al concluir que el país opera a solo el 50% de su eficiencia técnica. Es decir, el crecimiento reciente se explica más por un mayor uso de insumos (tierra, maquinaria, fertilizantes) que por mejoras tecnológicas profundas.
Incluso el secretario de Agricultura de la Nación, Sergio Iraeta, reconoció la dificultad del panorama, tildando de “milagroso” que los productos argentinos sigan siendo competitivos en un marco de “esquema macroeconómico inestable y regulaciones cambiantes”. Mientras el Gobierno mira con avidez los dólares que ingresarán, el campo insiste en que las barreras a la inversión —especialmente las retenciones— impiden que la Argentina alcance su techo productivo, dejando una enorme porción de eficiencia y riqueza potencial sin explotar.







